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Innovación

  • Foto del escritor: vohaus
    vohaus
  • 12 ago
  • 3 Min. de lectura
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Si existiese un premio de popularidad para una palabra que despertara la curiosidad de académicos, políticos, medios de comunicación y el mundo empresarial, una firme candidata sería, sin duda, la palabra “innovación”. Junto con el término “emprendimiento”, sugiere una promesa casi mágica: la de abrir todas las puertas y acceder a nuevos mercados, permitiendo una mayor eficiencia en las empresas y promoviendo el crecimiento económico.


La palabra “innovar” proviene del latín innovare, que significa renovar, inventar, crear. En un sentido sencillo, innovar significa tener una idea nueva o, en ocasiones, aplicar ideas ajenas de manera novedosa o en una forma diferente, tal como señala Michel Vance.


La innovación es aquello que hacemos de nuevo cada día en nuestra vida cotidiana y cuyo resultado suele ser el deseado. En cierto modo, ¡todos somos innovadores! Antes que nada, la innovación implica dos elementos fundamentales: creatividad e ideas nuevas. Pero va más allá de tener ideas; es necesario que estas se implementen y produzcan un impacto económico y social positivo.


La diferencia entre invención e innovación reside precisamente en la implementación y en la difusión de las ideas. El verdadero reto consiste en lograr que la innovación se convierta en una idea aplicada con éxito. Esto puede suceder en una comunidad, en una empresa —como la creación de una red cooperativa de producción e industrialización de bienes locales—, en el lanzamiento de nuevos productos, en la mejora de productos ya existentes o en la innovación organizativa destinada a aumentar la eficiencia comunitaria o del proceso productivo. A nivel macroeconómico, la innovación está íntimamente ligada al crecimiento económico y al desarrollo social.


Muy a menudo, los productos que consideramos innovadores están basados en ideas de otras personas o en adaptaciones de productos ya existentes; es decir, en la transformación de una idea en un éxito para los consumidores. Robert Sutton, en su libro “Weird Ideas That Work”, nos recuerda que la creatividad consiste en aplicar conocimientos antiguos de forma novedosa. Menciona tres formas de hacerlo:


Variación del producto, que consiste en aplicar ideas ya existentes en determinados contextos, en los que resultan nuevas o innovadoras para la organización;


Déjà vu, entendido aquí como observar cómo se hacen las cosas dentro y fuera de la empresa, y aplicarlas internamente de nuevas maneras;


Romper con el pasado, lo cual implica adoptar nuevas formas de actuar y de pensar sobre otros lugares y personas.


La persona creativa es aquella capaz de aplicar ideas —sean propias o ajenas— de forma eficaz. Como dijo el escritor Henry Miller:


"Todos los genios son parásitos. Se alimentan de la misma fuente: la sangre de la vida... No hay ningún misterio sobre el origen de las cosas. Todos somos parte de la creación, todos reyes, todos poetas, todos músicos; sólo tenemos que abrirnos y descubrir lo que ya está ahí."


La innovación puede tener un carácter mucho más amplio, sin implicar necesariamente tecnología, e incluyendo ciertos cambios sociales. Esto se refleja, por ejemplo, en innovaciones en modelos o formas de negocio, o incluso en innovaciones organizativas o comunicativas. No es imprescindible que exista un avance tecnológico. Son innovaciones que tienen valor por sí mismas.


No obstante, es la tecnología la que, al dificultar la imitación de un producto, le otorga cierta protección y, al mismo tiempo, un alto potencial de crecimiento, haciendo posible la sostenibilidad de la innovación.

 
 
 

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